Compromiso filantrópico caridad

Su compromiso a través del programa de salud, están llevando la atención médica a los 22 departamentos de Guatemala. Estas iniciativas están demostrando que, incluso en las condiciones más desafiantes, es posible brindar atención de calidad a quienes más la necesitan.

Más de niños recuperados. Resultados Tangibles y Vidas Transformadas. La Asociación Amigos Pro Obras Sociales se fundó en con el compromiso de respaldar y promover la sostenibilidad y el crecimiento de las Obras Sociales del Santo Hermano Pedro, la obra social de mayor impacto en salud y cuidados del país.

La visión de fortalecer los programas, infraestructura, equipamiento y desarrollo organizacional de las Obras para poder brindar atenciones de calidad a las personas más desfavorecidas de Guatemala. Trabajando de la mano con la Orden Franciscana, benefactores, organizaciones, empresas, gobierno y voluntarios que de manera solidaria cooperan para fortalecer y expandir y mejorar la calidad de vida de los más vulnerables.

Desde la construcción de infraestructura para albergar residentes de todas las edades con afecciones crónico-degenerativas, equipamiento y construcción de espacios para brindar atención médica de última generación, hasta el suministro de artículos vitales y la distribución de donativos en especie y dinerarios, cada esfuerzo se traduce en una mejora palpable en la vida de las personas que atienden las Obras Sociales del Santo Hermano Pedro.

Pero más allá de los números y las cifras, lo que realmente importa es el impacto humano, detrás de cada proyecto hay historias de vidas en las que ha dejado una huella imborrable, de familias que han encontrado un rayo de esperanza en medio de la adversidad, y este logro es compartidos con los cientos de guatemaltecos comprometidos a servir a su país y querer sumar su grano de arena por construir un mejor futuro.

Cada acto de filantropía y cada gesto de responsabilidad social son pasos hacia la construcción de una Guatemala mejor, una Guatemala en el que la solidaridad y la compasión son los motores del cambio.

TRAS LOS MUROS DEL HOSPITAL DE LAS OBRAS SOCIALES: HISTORIA DE CARIDAD E INNOVACIÓN. top of page. Todas las entradas.

Leonardo Chinchilla 12 dic 3 Min. de lectura. Entradas Recientes Ver todo. Al hospital. no, no; mejor escuchará en el garito, en la orgía. Al hospital como debería ser, como será algún día con el auxilio de Dios. Los establecimientos de Beneficencia, salvas algunas excepciones, debidas a individuales esfuerzos, no son muy a propósito para moralizar a los que amparan.

Las largas horas de la convalecencia, la proximidad de la muerte, la decrepitud cuando han callado las pasiones, la niñez cuando no han hablado todavía, son circunstancias bien favorables para enseñar al hombre la verdad y disponerle a la virtud. Que una mujer piadosa se duela de sus dolores, procure aliviarlos, sufra al verle sufrir, e imponga silencio y obligue siquiera a tener la mímica de la compasión al mercenario que el hábito de ver padecer hace completamente insensible.

Entonces la enfermedad será un aviso de la Providencia que puede ser escuchado; el hospital una escuela donde la religión, el dolor y la caridad hacen comprender y sentir al pobre grandes verdades y le disponen para grandes virtudes.

De cien hombres, aunque los busquéis entre los malhechores, que hallándose enfermos sean el objeto de la incansable solicitud de las clases superiores, los noventa sienten allá en el fondo de su alma alguna cosa que no han sentido nunca, y que los predispone a ser mejores: aprovechad esa disposición; es como una ráfaga de luz, a cuyo resplandor podéis mostrar la verdad a una criatura sepultada en las tinieblas del error.

Tratándose del pobre, endurecido por la miseria, depravado por el vicio, manchado por el crimen, lo difícil es hacerle sentir alguna cosa que no sea material; conmovedle, y está medio regenerado; la caridad le pone casi convertido en brazos de la religión.

El enfermo y el convaleciente se hallan bien dispuestos para escuchar al que les recuerda sus deberes. La enfermedad espiritualiza al hombre: el dolor le hace entrar en sí mismo. la proximidad de la muerte le hace comprender la nada de la vida: el silencio le deja oír la voz de la conciencia: la soledad le hace grata cualquiera voz: el bien que recibe le ayuda a sentir el mal que ha hecho: la gratitud le prepara al arrepentimiento, a la enmienda.

Son momentos preciosos para la regeneración del pobre los que pasa en el hospital, de donde debería salir mejorada su alma como su cuerpo. El médico receta drogas, practica operaciones con toda seguridad; ¿el moralista vacilará, guardará silencio?

Ciertamente no es este su objeto, sino que el Estado, como el individuo, viene a parar insensiblemente a la práctica del mal, cuya teoría les causaría horror; y por ignorancia, por abandono, por hábito, el mal viene a crear una atmósfera que no se siente, porque, como el aire, ejerce su presión igual por todas partes.

Los espectadores y hasta los actores del terrible drama de la miseria moral y física de la humanidad tienen durante mucho tiempo el espectáculo por tan natural o inevitable, como las erupciones de un volcán y los estragos del rayo.

El dolor viene de Dios como una lección y como una prueba; pero el dolor sin resignación y sin consuelo, sin utilidad para la perfección moral del que le sufre y del que le alivia, es obra de la perversidad humana.

Un mal sin mezcla alguna de bien no viene nunca de Dios; afirmar lo contrario es una necedad o una blasfemia; y todo lo que no viene de Dios, es decir, que no está en la naturaleza de las cosas, puede variarse y se varía. Cada día parece más absurdo y es más débil ese fatalismo egoísta que proclama como inevitables los dolores, para no tomarse el trabajo de evitarlos.

El equilibrio del mal no es estable, y se rompe, al fin: en cuanto se desploma uno de sus elementos, todos vacilan. El siglo XIX asiste a esta conmoción, a este estremecimiento que hace palpitar de gozo todos los nobles corazones.

Las sociedades hacen el largo y doloroso inventario de sus dolores, los analizan, los miden, los clasifican, y si para todos no hallan remedio, a ninguno niegan consuelo. Unos consideran el dolor como eterno, otros como transitorio, aquéllos como obra de Dios, éstos como obra del hombre; pero nadie le mira ya impasible.

A cada quejido de la sociedad se alzan innumerables voces, que lloran, rezan o blasfeman, pero sienten ; se alzan infinitos brazos para buscar remedio, o para buscar venganza. La indiferencia y el abatimiento no crean al dolor ese parapeto artificial, pero impenetrable, que le hacía dueño absoluto de sus víctimas.

Al error de aceptar el mal sin remedio sigue el de querer el bien sin mezcla de mal alguno. Pero a través de ellas la humanidad comprende cada día mejor la naturaleza de sus dolores, y la esperanza no es ya solamente una virtud cristiana, sino una verdad filosófica.

Cuando avanza con lentitud, pero con firmeza, la teoría del bien, ¿podrá no conmoverse en su movedizo fundamento la práctica del mal? No, ciertamente, y la sociedad no sostendrá en principio muchas cosas que de hecho protege, consiente y tolera.

Es como una fortaleza cuyos fuegos se han apagado. El lamentable abandono en que se deja la moralidad de los acogidos en la mayor parte de las casas de Beneficencia, es un hecho que en principio nadie se atrevería a sostener.

Combatamos, pues, ese hecho, combatámosle por todos los medios, sin tregua, sin descanso. El desvalido tiene derecho a que la sociedad le auxilie en todas sus necesidades, hasta donde le sea posible.

Las necesidades del pobre son todavía más espirituales que corporales. La sociedad puede socorrer unas y otras. Luego la sociedad debe dar al pobre los auxilios que el estado de su alma reclama, y sin los cuales son bien poca cosa los que se prestan a su cuerpo.

Al que mira sólo la corteza de las cosas, lo que le llama la atención en el miserable es lo andrajoso de su vestido, lo demacrado de su rostro, lo insaciable de su apetito.

El que penetra más adentro, ve lo limitado de sus ideas, lo grosero de sus inclinaciones, lo depravado de sus instintos. Vestidle, dadle de comer; está bien, es lo más urgente y lo más fácil, pero no lo que más importa.

Pronto estaría en estado de vestirse y alimentarse a sí y a su familia sin recurrir a la caridad pública, si pudierais introducir ideas en su cabeza como alimentos en su estómago; si pudierais cambiar los hábitos egoístas y depravados con que la miseria ha cubierto su alma; si pudierais, en fin, socorrer la indigencia del espíritu.

Esta indigencia fatal, a la vez efecto y causa de la otra, arroja al vicio más víctimas y al verdugo más cabezas que la miseria y el hambre.

Para responder afirmativamente sería necesario que hubiese perdido la idea de sus deberes y hasta el instinto de su conservación. En efecto, el individuo, si prescinde del deber, puede hallar razones para ser injusto; la sociedad, aunque olvide el deber, no puede ser injusta si no olvida también su conveniencia.

A la vista de tanta miseria material y moral, la sociedad, consultando su conveniencia, ¿no halla cosa más útil que presentarse con algunos alimentos, una llave y una vara metálica? Son los medios que emplea un domador de fieras.

La sociedad paga bien caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan a los suyos. La índole de nuestro trabajo no consiente que nos extendamos en consideraciones acerca de la educación pública, de que los establecimientos de Beneficencia deberían formar una parte muy esencial; pero no podemos menos de insistir en que se auxilie moralmente a todos los que reciben auxilio material, y que se mire la indigencia del espíritu como más terrible y digna de compasión que la del cuerpo.

Al decir esto, no decimos una cosa nueva ni extraordinaria; trátase nada más que de practicar las obras de misericordia en uno de los casos en que se deben de justicia : ellas nos mandan no sólo dar de comer al hambriento y vestir al desnudo , sino enseñar al que no sabe y dar buen consejo al que lo haya menester.

Salvas algunas excepciones, debidas a individuales esfuerzos, el estado de nuestros establecimientos de Beneficencia deja mucho que desear. Ni el local, ni las camas, ni la alimentación, ni el vestido son lo que ser debieran.

Los locales, obra del acaso las más veces o de la ignorancia, no suelen tener ninguna de las condiciones que la higiene prescribe, sobre todo cuando se trata de la fatal aglomeración de personas que en ellos se verifica. Las camas no suelen tener ni la limpieza ni la comodidad y extensión que debieran: tampoco suelen estar aisladas entre sí; de modo que el enfermo presencia escenas de agonía y de muerte que deben agravar su estado.

El alimento, en la mayor parte de los casos, ni es de buena calidad, ni está preparado con el debido esmero; tanto, que a veces se resiste al hambre más voraz. A lo primero contribuye mucho el fatal sistema de abastecer los establecimientos benéficos por medio de contratas, cuyas condiciones no suelen cumplirse con exactitud; lo segundo es consecuencia de la falta de vigilancia y de que son muchos los establecimientos que no están asistidos por las Hijas de la caridad.

Si el enfermo entra en convalecencia, su suerte es poco menos triste que cuando estaba en la cama. La falta de locales separados para los convalecientes es uno de los grandes males que hay que deplorar. A ella se deben esas convalecencias, larga y penosa prolongación de la enfermedad, las recaídas y el lastimoso estado en que dejan el hospital los pobres que no tienen otro recurso que su trabajo.

Si se pregunta a los que salen de los hospitales mejor asistidos, es frecuente oírles decir: Las medicinas bien, pero los alimentos mal. Si hacéis alguna observación al jefe o empleados del establecimiento, os responden con la frase sacramental: No hay fondos.

Aquí se forma un expediente para ver si ha de admitirse o no a un niño que la muerte, la miseria o la crueldad de sus padres dejan en el abandono más completo: allí se discute sobre el derecho que puede o no tener a entrar en el hospital un hombre que se está muriendo en la calle: en otra parte se oficia a los párrocos para que sean muy parcos y muy severos al dar certificados de pobreza, sin los cuales no se admite al enfermo.

La ración que se da en la mayor parte de los hospitales al convaleciente es escasa y de mala calidad: esta circunstancia retarda el restablecimiento, y muchas veces predispone para la recaída, como lo hemos visto más de una vez.

Referiremos una escena de que fuimos testigos, que no tiene nada de extraordinaria, sino que, por el contrario, es muy común en nuestros hospitales, ni tiene tampoco nada de terrible comparada con otras que en ellos pasan.

Había en el hospital D tres tercianarios, tres padres de familia cuya enfermedad privaba de pan a diez y seis criaturas que no estaban en edad de ganarlo.

Una persona caritativa que los conocía sabía sus buenas cualidades y la mucha falta que hacían en sus casas; fue a verlos un jueves, único día de la semana que se permitían visitas.

Estaban convalecientes; los tres se conmovieron mucho, como se conmueve el que sufre en medio de criaturas indiferentes, cuando ve una que se compadece de sus males; uno se echó a llorar.

Perecemos de hambre y de frío». Era en Enero; no había lumbre para calentarse, y los enfermos, tapados en sucias y raídas mantas, parecían otras tantas sombras que, envueltas en sus sudarios, se alzaban del sepulcro para maldecir a los que las habían inmolado. Se tramó un pequeño complot, en que entró el portero; se convino en que todos los días los enfermos bajarían uno a uno y con precaución a la portería a tomar una sopa sustanciosa, tina ración de carne, un cuarterón de pan tierno y medio cuartillo de buen vino.

El primer día todo sucedió felizmente. Así aconteció al segundo día. Casualidad o mala voluntad de alguno, el Director en persona vino a interrumpir el modesto convite, y el convidado cogido infraganti huyó como un criminal, no sin haber recibido antes una severa reprimenda, extensiva a la criada que llevó la comida, y que tuvo miedo de que la llevasen a la cárcel.

Nosotros nos alejamos en silencio, por no añadir el escándalo a la crueldad, y temerosos de que nuestra indignación nos hiciese dirigir al anciano jefe del establecimiento palabras más duras de las que públicamente deben decirse, y cargos que, por muy fundados que pareciesen, no se debían hacer a un solo hombre, porque son siempre la obra de muchos males de tal trascendencia.

Uno de los convalecientes se escapó del hospital, y auxiliado convenientemente en su casa, estuvo muy pronto en estado de trabajar; otro recayó, y no pudo salir hasta muy entrada la primavera; el tercero, acometido de otra enfermedad, sucumbió.

Es también de notar el estado en que se da de alta a los enfermos pobres; ninguno se halla capaz de trabajar; muchos pueden sostenerse apenas. Para las operaciones no siempre se consulta la voluntad del enfermo, exponiéndole las razones que hay en pro y en contra; y en las clínicas alguna vez se le mira más bien como un objeto de demostración que como un hermano que sufre.

En la mayor parte de los hospitales el enfermo no está asistido como debiera: ni el local, ni la cama, ni el abrigo, ni el alimento son como su estado reclama. Si la índole de su enfermedad hace creer una operación necesaria, podrá ser que no se le consulte con todo el detenimiento que el caso requiere: si le llevan a una clínica, podrá ser que se tenga más en cuenta la ciencia que la humanidad.

Su cadáver se profanará; la indiferencia es muy lógica. Cortar el cabello de las mujeres cuando todavía no han muerto , porque así dicen los peluqueros que se trabaja mejor, es bien pequeña cosa, son gajes de los asistentes.

Hollar todas las leyes del pudor, tampoco es cosa que merece notarse; los muertos no sienten. No permitirá la familia del que muere que le dé el último adiós, que le acompañe a la última morada, ni que le sepulte como cristiano con las oraciones de la Iglesia, si no hace un sacrificio pecuniario superior a sus fuerzas, es un arbitrio que tienen La pluma se resiste a escribirlo; da horror y da vergüenza.

Si hacen falta materiales para la demostración, se llevan cadáveres, se hacen pedazos tan pequeños como sea necesario, que luego recoge un mozo en un carretón para meterlos debajo de tierra porque no huelan mal.

Podrá suceder que los estudiantes que siguen la carrera de Medicina y los que siguen la de Cirugía, por un antagonismo muy común entre ellos, en la sala de anatomía riñan, y llegando a vías de hecho, se tiren lo que hallen más a mano.

Entonces se verán cruzar el aire a manera de proyectiles los fragmentos ensangrentados de los cadáveres que se estaban disecando. Un fémur, una tibia, un cráneo, son buenas armas ofensivas; ¿por qué no usarlas? Al cabo, los muertos no sienten. Descansar respetados debajo de una cruz, o andar rodando por el anfiteatro lanzados en pedazos por la cólera estudiantil, ¿no les es indiferente?

Y luego la lógica quiere que no se respete muertos a los que no se ha compadecido vivos, y la lógica es una cosa excelente, que se enseña en todas las escuelas. Esa no se enseña en ninguna.

Todo esto que vamos escribiendo no está exagerado por el sentimiento, no es una página de alguna horrible novela, el delirio de alguna acalorada imaginación. No, por desgracia; lo que vamos escribiendo es la verdad; preguntad a los que pueden saberla y no estén interesados en ocultarla, y os responderán: «Es cierto».

Y no vayáis a preguntar a ningún pueblo arrinconado en el confín de una provincia; preguntad en Madrid, en la capital de la monarquía, donde muchas de estas cosas suceden en establecimientos que visitan las autoridades, quedando muy satisfechas del estado en que se encuentran.

Esos establecimientos son teatro de la mayor parte de las escenas que hemos recordado, y de otras muchas más horribles tal vez. Por allí pasan los ministros y los grandes, y los medianos y los pequeños, y los hombres científicos, y las mujeres piadosas, y los devotos, y los amigos del pueblo, y todos pasan y pasamos sin que el daño se remedie.

El mal está en que todos pasamos y nadie entra. A cualquiera observación que hagáis sobre los abusos que se cometen en los establecimientos de Beneficencia, ya hemos dicho lo que responden los representantes de la caridad oficial: No hay fondos.

Nosotros os decimos: No hay caridad. Porque no hay caridad. Todo porque no hay caridad. Las Hermanas no están, como era de desear, en todos los establecimientos benéficos, y aunque estuviesen, la índole de su instituto no les permite poner remedio a ciertos males. Hermanas de la Caridad había en el Hospicio de la Coruña cuando el pan que se daba a los niños tenía gusanos, y no les era posible evitarlo.

Las santas mujeres veían con dolor extenuarse y caer enfermos a sus queridos inocentes; pero no está en la índole de su instituto que pidieran remedio sino a Dios: una Hermana de la Caridad no ha de acudir a la prensa y al gobernador y al ministro; está en el hospital y no en el mundo, y para remediar ciertos males es preciso estar en el mundo y en el hospital.

Las personas caritativas, o no saben lo que pasa, o no saben cómo remediarlo; viven sin tener noticia unas de otras, sin reunir sus esfuerzos, cuyo aislamiento las hace inútiles y concluye por desalentarlas. La Administración, a pesar de su buen deseo, halla por todas partes obstáculos que renacen a medida que los vence, y busca y no halla apoyos allí donde debiera esperarlos.

Cuando decimos que no hay caridad, queremos decir que no hay caridad organizada , y mientras no tenga organización, toda su buena voluntad no le dará fuerza.

Supongamos por un momento que los gobiernos, penetrados de su alta misión, resuelvan con firmeza dar a los establecimientos de Beneficencia cuantos auxilios sean necesarios; supongamos que hay fondos : ¿se evitarán por eso de aquellos males que hemos señalado los que más sublevan la razón, los que más conmueven el alma?

En el presupuesto bien formado de una casa de Beneficencia hay una gran partida, la compasión , que no puede cubrirse oficialmente con los fondos que ingresan en tesorería: un átomo de caridad valdría a veces más para un enfermo que todos los tesoros de Atahualpa. Aunque se proveyese con generosidad, con profusión, al sostenimiento de las casas de Beneficencia; aunque no se prescindiese en ellas de la moral de los acogidos, si no se llamaba, en auxilio de la caridad oficial, a la caridad privada, no se conseguiría el objeto: el enfermo y el desvalido no estarían bien asistidos ni aun materialmente.

El bien en todo es la armonía. Si el hombre es una criatura sensible, un ser moral, un compuesto de espíritu y de materia, ¿cómo auxiliarle debidamente procurándole sólo medios materiales? Y esta verdad, que lo es siempre, está más en relieve y se manifiesta en mayor escala tratándose de los establecimientos de Beneficencia.

Los que a ellos se acogen agregan a la debilidad de la pobreza y de la ignorancia, la de la niñez, de la ancianidad o de la falta de salud. Necesitan una tutela, un protectorado que los defienda y los dirija en su miserable situación. El cargo que el desvalido dirige a los que le rodean desde su lecho de dolor, muere en las, paredes del hospital, como un sonido sin eco, como un ¡ay!

que no compadece nadie. Pero este cargo ni aun se formula; el temor lo impide; el que ve que le tratan mal, teme que le traten peor si reclama. La ley dispone que el juez los visite una vez a la semana para oír sus quejas si las tienen, y la ley, con una candidez fatal, cree que ha hecho cuanto podía hacer.

No obstante, sólo una mínima parte de las quejas legítimas llegan a la autoridad que podía y debía evitarlas. Porque el juez pasa y el carcelero queda; porque el preso tiene menos medios para resistir a la opresión que su guardián para oprimirle; porque ante el abuso del fuerte vale poco la razón del débil, si no viene en su auxilio alguna mano poderosa y extraña movida por un generoso instinto.

Esto sucede siempre que una turba mercenaria tiene autorización oficial para influir en la suerte de una multitud desvalida; pero en las casas de Beneficencia hay todavía otras circunstancias que hacen más indispensable la intervención de la caridad privada.

Absurdo sería pedir al cálculo lo que sólo puede dar la abnegación. Preguntábamos más arriba si al prescindir de la moral de los acogidos en las casas de Beneficencia, el Estado se proponía dar a la sociedad malvados robustos.

Si tal fuera su objeto, tampoco lo conseguía. No es posible apartar el cuerpo del hombre de su alma; la falta de caridad que deja sin auxilios su espíritu, influye para menoscabar sus fuerzas físicas.

Colocaos un día festivo a la puerta del Hospicio de Madrid 5 ; ved salirde dos en dos a esos desdichados huérfanos que reciben el amargo pan de la Beneficencia. En vano buscáis en sus miembros los signos de la fuerza, ni en su rostro la jovialidad y la belleza propias de la infancia.

Raquíticos, escrofulosos, pálidos, endebles, llevan escritos en su deprimida frente los signos de la degradación física; y es que el amor es para el niño lo que el sol para las flores; no le basta pan, necesita caricias para ser bueno y para ser fuerte.

Repetimos, pues, que si el Estado hiciese los mayores sacrificios pecuniarios, y desplegase el mayor celo en favor de las casas de Beneficencia, podría decir como el Apóstol: si no tengo caridad, nada me aprovecha.

En efecto, la Beneficencia sin la caridad no puede auxiliar al desvalido ni aun materialmente, aunque para ello haga todos los esfuerzos imaginables.

Muy distante se halla de eso, al menos en nuestra patria y en nuestra época. Los establecimientos de Beneficencia no tienen realmente los medios pecuniarios indispensables para ofrecer al enfermo y al desvalido lo que su estado reclama, ni los tendrá mientras la caridad no clame muy alto en todas partes y siempre; mientras no se descorra el velo que cubre tantas impiedades y tantos dolores; mientras el ojo de la opinión pública no penetre en los asilos piadosos; mientras los sufrimientos no se arrojen al rostro del que puede evitarlos y dejen en él una marca indeleble de infamia.

Os dirán tal vez que el Estado es pobre, que la Beneficencia no puede tener lujo, que da lo necesario. Es bien elástica esta palabra; parapetados con ella podemos recorrer una escala casi infinita de injusticias y de penalidades.

Los poseedores de lo superfluo piden a los indiferentes la medida de lo necesario para los desdichados. La indiferencia mide, la felicidad toma nota y la desgracia sucumbe. Son ya necesarios los termómetros en las caballerizas, y en establecimientos de Beneficencia donde había lo necesario , se han muerto de frío los enfermos, literalmente de frío.

Clamaríais: ¡absurdo! Sólo la caridad puede formar el presupuesto de un asilo piadoso, porque sólo ella siente las necesidades de los que allí sufren.

Los indiferentes son en el mundo moral una especie de miserables, a quienes parece lujo todo lo que no es miseria, y ellos son, no obstante, los jueces de las necesidades del desvalido y los encargados de remediarlas: apresuremos el día en que se ponga fin a tan absurda impiedad.

Mientras la caridad no penetre en los asilos de Beneficencia, no se obtendrá lo necesario, no se comprenderá siquiera; y hablamos de lo necesario en el orden material. Quién opondrá a los sofismas del mal las inspiraciones del corazón? La caridad, sólo la caridad. Aislándose de ella, la Beneficencia ni educa al niño, ni consuela al anciano, ni moraliza al enfermo; es como un cuerpo sin alma.

No se concibe sin dolor el mundo moral: las lágrimas son un elemento de su armonía, como las erupciones volcánicas forman parte de la del mundo físico: parece que ni la atmósfera ni el corazón del hombre pueden purificarse sin tempestades.

Imaginad, si podéis, un mundo sin dolores, y le veréis poblado de criaturas degradadas: ese bien que sin mezcla alguna de mal no envilece y deprava, no es el bien de la tierra, es la felicidad del cielo. Buscad el origen de todas las virtudes, de todas las sublimes acciones que ennoblecen la naturaleza humana, y le hallaréis en el dolor.

Un instinto grosero. Un deleite que envilece. Una ilusión. Otros tantos imposibles. Y cuando no esté divinizada la maternidad, ni purificado el amor, ni la amistad sea posible; cuando el hombre no sepa vencerse, ni sea capaz de sacrificarse, ni compadezca, ni perdone, ni se arrepienta, ¿dónde está el hombre moral?

No existe, queda aniquilado. El dolor entra como elemento tan esencial de nuestra naturaleza, que es no sólo el origen de todo lo bueno, sino de todo lo bello. Dolores, siempre dolores. Pero si el dolor enseña, prueba, enaltece, purifica y diviniza, también aniquila y deprava cuando ninguno le comprende ni tiene de él compasión.

El dolor que eleva a la naturaleza humana es la obra de Dios; el dolor que la deprava es la obra del hombre: el primero es eterno; el segundo debe tener fin, y le tendrá.

Cuanto más reflexionamos, nos convencemos más de que la naturaleza no produce, ni en el orden moral ni en el físico, mal que no lleve consigo una suma mayor o menor de bien. Aceptemos, porque los hay, males sin remedio ; pero rechacemos en nombre de Dios y de la razón los males sin consuelo.

Querer, querer y querer. La humanidad responde con lágrimas a los argumentos del egoísmo. Sus apóstoles hacen un cuadro lúgubre de la indiferencia de los dichosos, para concluir afirmando la imposibilidad de consolar a los desdichados.

Hemos visto estos cuadros: más, los hemos bosquejado; y no para negar la posibilidad del remedio, sino para medir la extensión del mal, nos hemos dicho con amargura:. Estas cosas y otras muchas nos hemos dicho, porque este horrible paralelo puede prolongarse mucho, y nos hemos afligido por la humanidad; pero sin desesperar nunca de ella, ni calumniarla.

Cuanto más meditamos, nos parece más imposible extinguir las diferencias sociales, y más fácil evitar los contrastes horribles. Por los que la naturaleza pone a nuestra disposición; la naturaleza, donde no se encuentra bien alguno sin mezcla de mal, ni mal sin mezcla de bien. Así como en el alma más pura hay siempre un punto negro, una sombra, vestigio indeleble del pecado original; en el corazón más depravado queda también algo de noble, sagrado resto de su celestial origen.

Sus culpas le rebajan. Le ensalzan sus virtudes. Dejando a un lado algunos miserables que son como los contrahechos del mundo moral, cuyo número es muy corto, no hay hombre alguno, por más cruel, por más depravado, por más pueril que parezca, que allá en el fondo de su alma no tenga algún lugar recóndito donde hallan eco las ideas generosas.

Todavía tiene lágrimas ese asesino que ha hecho correr tantas; ese magnate que no ha enjugado ninguna. No os desaliente el gesto amenazador del uno, ni la insultante sonrisa del otro: espiad un momento oportuno, espiadle uno y otro día y siempre, y veréis que entrambos son hombres, aunque no lo parecen.

Tomémonos el trabajo de observar, de meditar y de sacar consecuencias. Un hombre está en capilla; ha sido condenado a muerte por crímenes inauditos; es un monstruo: se le han ofrecido los auxilios espirituales; no ha querido escuchar a ningún sacerdote.

Pocas horas antes de morir llama al juez que había firmado su sentencia capital con una profunda amargura, porque sin poder explicársela experimentaba simpatía por aquel malvado. El juez llega; el reo le dice: «He estado pensando a quién podría pedir un favor, y me he acordado de usted.

Dejo un hijo natural; su madre es mala, le abandonará, queda solo en el mundo, sin más compañía que la infamia de mi muerte. Lágrima de amor y de reconocimiento, lágrima santa de un moribundo, que arrojada enfrente de la sangre vertida, debió pesar mucho en la balanza de la divina justicia.

En un día terrible de Diciembre, y a través de mucha nieve, caminaba con dificultad una diligencia. Dentro iban: un anciano, al parecer gran señor, lleno de pieles y de fastidio por no sabemos qué vicisitudes que le obligaban a viajar de un modo tan plebeyo; una nieta suya, como de cuatro años; una mujer modestamente vestida, como de cuarenta, y un hijo de esta mujer, como de nueve.

La diligencia caminaba a paso de buey; detrás iba un carro; el carretero llevaba un niño pequeño cubierto de andrajos y muerto de frío. Entre el niño de la diligencia y el del carro se entabló, por un pequeño hueco del cristal, abierto furtivamente, el siguiente diálogo:.

Se me enfría mucho; ya no puedo resistir más; toma esta correa, que sirve para bajar y subir el cristal; es ancha, y puedes agarrarte.

El niño de la diligencia dirigió a su madre una mirada, que quería decir: -¿Por qué no dejamos entrar al niño del carro? La madre abrió la portezuela, y el niño entró, acurrucándose en el suelo debajo de un cobertor.

Este era el lado claro del cuadro: el obscuro era el gran señor, enojado porque se abrían los cristales, por donde realmente entraba mucho frío, y furioso cuando se abrió la puerta al pobre, que, a decir verdad, olía mal.

Su cólera tomó grandes proporciones; hubo amenazas de recurrir a la fuerza para hacer valer el derecho que había comprado de no viajar con mendigos; pero en el terreno de la fuerza no era muy seguro el triunfo.

Dentro, estaban contra él todas las probabilidades; fuera, el carretero tomaría parte por su hijo, y el mayoral no se sabía cómo entendería el cumplimiento de su deber.

Estas consideraciones, y otras hechas por su compañera de viaje, con más energía y lenguaje más correcto del que podía esperarse de una mujer vestida de percal , hicieron ceder al hombre de pieles.

Se limitó a fumar mucho para neutralizar el mal olor del pobre, a maldecir la fatalidad que le había reunido con aquellas gentes, y a apartar su nieta y sus pieles de todo contacto con el cobertor y el vestido de percal: este hombre tenía un grande horror al algodón.

El día había sido malo de todos modos, el camino intransitable, el frío intenso, la comida un poco de pan y queso. Con un resto guardado por la previsión maternal para la merienda, el niño del coche agasajó al niño del carro.

El gran señor continuaba murmurando, el carretero bendecía a los señores de la diligencia, la mujer a Dios que le había dado un hijo bueno y un corazón que no era malo. Así pasaron dos horas.

La noche venía deprisa; la diligencia iba despacio; la nieve aumentaba, y en la misma proporción disminuía la fuerza del tiro, que al fin no pudo romper y el coche se paró: el delantero desenganchó el caballo que montaba y fue a buscar auxilio; el mayoral esperó en su puesto; el carretero esperó también; no podía hacer otra cosa.

Sin duda, y todos trataron de ponerse en camino. La mujer, fuerte de espíritu, no débil de cuerpo, y al parecer familiarizada con toda clase de penalidades, se puso en marcha; su hijo, de una constitución atlética, la siguió alegremente, haciendo pelotas de nieve, unas para tirar, y otras para comer, porque el queso estaba salado y le había dado sed.

El niño del carro, reparado por el abrigo, por la comida aunque frugal, bien calzado con unos zapatos de su protector, y animado por la buena compañía, no se quedaba atrás.

El anciano dirigió alrededor de sí una mirada llena de angustia; era materialmente imposible que su nieta fuese a pie hasta el pueblo, ni que él la llevase, y él quería mucho a su nieta. Mientras reflexionaba tristemente sobre lo que había de hacer, la mujer envolvió a la niña en un cobertor, y se la dio al carretero, que después de haber recomendado sus bueyes y su carro al mayoral, la cogió como una pluma, y se puso en camino.

Todos le siguieron, el anciano con mucha dificultad, a pesar de las lecciones que para andar por la nieve le daba su compañera, que le había desembarazado de una parte de las pieles, que le estorbaban mucho. Llegados al pueblo, el anciano dio una moneda al carretero, que, rehusándola, dijo: «Yo no he hecho nada de más.

El anciano se conmovió visiblemente; sus ojos se humedecieron, y añadiendo una moneda de oro a la de plata que había sacado, dijo: «Amigo mío, usted no me debe nada.

Déme usted el gusto de admitir este dinero, compre usted un vestido a su hijo, y beba a la salud de sus protectores, entre los cuales siento no estar yo ». El carretero no comprendió estas palabras, pero sintió que aquellas monedas se le ofrecían de buena voluntad, no como un vil salario, y las tomó.

Sentados en el parador alrededor de un gran brasero los viajeros de la diligencia, el señor de las pieles dijo a la mujer del vestido de percal:. Ha hecho usted bien; comprendo que tiene usted razón. Usted estaba prevenido contra los tejidos de algodón, yo contra los forros de piel; es un error en que espero que no volveremos a incurrir.

Bajo cualquier traje puede haber un corazón elevado y compasivo. Cuando al día siguiente se separaron los cuatro viajeros, los niños se dieron un abrazo, los viejos se apretaron la mano; todos eran amigos.

Hemos referido estos hechos porque nos consta que son ciertos y porque no tienen nada de extraordinario: cualquier observador puede hallar otros análogos, que le convencerán de esta verdad tan evidente para nosotros: Que no hay hombre tan malo, que no sea capaz de algo bueno.

La cuestión, pues, se reduce a organizar la Beneficencia de modo que vaya a buscar ese algo bueno que tienen hasta los más malos.

Llamad a todas las puertas. Hallaréis criaturas privilegiadas, tres veces santas, que consagrarán al alivio de los desdichados su vida entera: otras que les darán un día a la semana, al mes, una hora, un minuto.

Otra habrá que no dé la más mínima parte de su tiempo, y acuda con un socorro pecuniario; alguna que apronte su contingente en forma de idea, de consejo, de proyecto.

Recoged la ofrenda de cada uno, grande o pequeña; dejad a Dios el cuidado de pesar su mérito; a vosotros no os incumbe sino aprovechar su utilidad. El tocador, el salón, el coche, el teatro; esta es su vida. La indiferencia abre un abismo entre aquella mujer y los infelices que a pocas varas sufren todos los horrores de la miseria.

Así discurre el que la ve, y se equivoca: aquella mujer dedica muchos ratos, días enteros, a cuidar de los niños que no tienen madre, y gracias a sus cuidados y los de sus amigas, la mortandad de los niños de la Inclusa ha disminuido de una manera increíble. Pero al cabo, para los hombres, y probablemente para Dios, vale más hacer bien en coche, que no hacer nada a pie, y la compasión en las altas clases es tanto más meritoria, cuanto están más lejos de los males que compadecen.

Contempla complacido sus ajustadas botas de charol; echa una mirada de satisfacción al gracioso nudo de su corbata; la combinación de los colores de su chaleco le parece de gran efecto; su bigote está como pintado; consulta con el espejo la inclinación de su sombrero; se declara irresistible; se pone los guantes, toma el bastón y sale.

Debe ser bien insustancial, bien fatuo. Deja las calles principales, luego las de segunda y tercera categoría, llega a un callejón, entra en una miserable casa y sube a tientas una tortuosa y estrecha escalera. Allí se ofrece a su vista una escena desgarradora: se informa, adquiere pormenores, se compadece, consuela: pertenece a una asociación piadosa.

Cuando baja de aquella triste mansión lleva sus mismas botas de charol, sus mismos guantes; su corbata, su chaleco, su bigote están como estaban, y no obstante, su aspecto es diferente; algo de grave ha sustituido a la fatuidad anterior: desde que se ha movido a compasión, ya no mueve a desprecio.

En la organización de la Beneficencia, como en la construcción de una gigantesca máquina, pueden utilizarse elementos muy diversos, piezas de una delicadeza suma y piezas toscas y groseras, grandes aparatos y partes apenas perceptibles.

Colocada cada cosa en lugar adecuado, todas ellas, de mérito y valor diferente, contribuyen a la armonía del conjunto. Se hace el bien por noble instinto, por la necesidad de buscar consuelo al dolor que causa ver sufrir a un desdichado, por amor de Dios, por un sentimiento de justicia, por espíritu de orden, por hábito, por vanidad, porque se sepa que se ha hecho, por debilidad, porque no se sepa que ha dejado de hacerse, por imitación.

Pero el bien, cualquiera que le haga, es siempre bueno; utilizadle. No mandéis al egoísta que arrostre la muerte en una epidemia, ni las penalidades en un hospital; pero tomad su escudo de cinco duros: seguramente con él podéis comprar por valor de cien reales.

Cambiar la miserable naturaleza del hombre, no es posible; utilicemos hasta donde nos sea dado sus debilidades, dirigiéndolas hacia el bien. Hemos oído censurar una escena que se representa en los templos el Jueves y Viernes Santo. Las damas, cubiertas de brillantes y de encajes, piden para los huérfanos de la Inclusa.

Sus amigos, por vanidad, por compromiso, arrojan en la bandeja una moneda de oro, un billete de banco. Se establece una especie de competencia, en que toma parte el amor propio, sobre cuál recogerá más limosna. En muchos casos la cuestión se hará personal; la que pide recibe la limosna como un homenaje hecho a ella, el que da la da en el mismo concepto.

No siempre sucederá así; pero aunque sucediese ¿es que cuando hace algunos años las señoras no pedían por Semana Santa; cuando no tenía la Inclusa los miles de duros que esta cuestación le lleva, eran menos vanas las mujeres, menos frívolos los hombres? Dios nos libre de considerar la vanidad como uno de los principales motores en la organización de la Beneficencia; pero en muchos casos podemos mirarla como una rueda útil.

No todos tenemos abnegación y virtud, pero vanidad tenemos todos: es un dato que puede aprovecharse. El dolor es un indispensable elemento de la moralidad del hombre, yero a condición de que se le compadezca y se le consuele. El que puso al lado de cada necesidad un medio de satisfacerla, ¿privaría a la humanidad de los medios de utilizar el dolor, que es una necesidad también?

La lógica de la Providencia no se desmiente nunca, ni tienen excepciones sus reglas. Si es una de ellas, como podemos comprobarlo por los hechos, que no hay mal sin mezcla de bien, afirmemos sin vacilar que el autor de los dolores lo es también de los consuelos.

El hambre halla sustanciosos manjares, la sed purísimas fuentes, ¿y las penas no hallarían compasión? El que ha dado a la humanidad medios de hacer a la naturaleza su tributaria, su esclava, ¿le negaría el poder de enjugar su propio llanto?

Si no se concibe el hombre sin moralidad;. Si no hay moralidad sin dolor;. Si el dolor no moraliza sino en tanto que se compadece y se consuela, ¿cómo suponer que han de faltar en la sociedad humana los elementos del consuelo y de la compasión?

La razón niega a priori semejante absurdo, y la observación de los hechos le niega también. La humanidad es un compuesto de abnegación y de egoísmo; decirle: prescinde de tu miseria y extingue tus dolores, o de tu grandeza y no los consueles, es desconocerla igualmente.

Estudiando una serie cualquiera de penalidades, se ve otra paralela de las simpatías que excitan; pero estas simpatías se pierden las más veces como un sonido sin eco, o como los rayos de luz que ningún aparato reúne en un foco. El hombre es un ser eminentemente pasivo; necesita casi siempre un impulso exterior que venga a poner en actividad sus facultades internas.

Si esperáis a que él os busque, esperaréis mucho tiempo en vano; pero buscadle, y le hallaréis siempre. La Beneficencia debe comprenderlo así, y, tomando una generosa iniciativa, llegar a la puerta del bueno como un auxiliar, a la del mediano como un impulso, a la del malo como una reconvención.

De todos puede sacar algún fruto; nada hay absolutamente inútil sobre la tierra. No desalentándose por ningún egoísmo, no desdeñando ningún don por pequeño, no rechazando de la comunión de los compasivos a ningún hombre por malo que parezca, la Beneficencia puede alzarse poderosa.

La flor que nos encanta con sus colores, nos deleita con sus perfumes, nos alimenta con su fruto, no vive sólo de las aguas del cielo, del aire y de la luz; repugnantes materias en putrefacción contribuyen a su sin igual belleza.

La acción respectiva del individuo, de la asociación y del Estado creemos que se deriva de los principios siguientes:. º En el cuerpo social, como en el humano, el bien resulta de la armonía en el ejercicio de las diferentes facultades.

º Las facultades del alma, como las del cuerpo, se desarrollan con el ejercicio. º La pobreza no es un crimen. Al pobre no se le debe poner fuera de la ley.

Siente un impulso instantáneo, ciego, que le hace acercarse a él para consolarle. El instinto. Siente un impulso menos fuerte, menos ciego, más constante, más profundo, que le hace recordar al desdichado cuando ya no le ve.

El sentimiento. Medita, calcula, combina los medios de remediar aquella desgracia; desecha unos, admite otros, forma un plan.

La razón. Razón, sentimiento, instinto, he aquí los elementos del bien. Pero es muy raro hallarlos en un solo individuo en las proporciones convenientes; y aun cuando se hallasen, la influencia de un individuo, personal y limitada, no puede transmitir la perfección de sus movimientos armónicos a la máquina social.

Este cuerpo colectivo tiene también grandes elementos, que, puestos en acción de un modo conveniente, dan por resultado la armonía.

El bien no varía de naturaleza porque sea más o menos extensa la escala en que se aplica. Para dar alivio al desdichado, la sociedad, como el individuo, necesita simpatizar con el que sufre, dolerse de sus penas, meditar en los medios de aliviarlas: instinto, sentimiento, razón.

Al dar a la Beneficencia la organización conveniente, la razón debe estar representada por el Estado, el sentimiento por las asociaciones filantrópicas, el instinto por la caridad individual: he aquí los tres elementos que, combinados, deben producir la armonía.

Partiendo de esta base, a poco que se reflexione, se comprende lo que deben hacer el gobierno, la asociación y el particular. El cálculo, la dirección, corresponde al Estado: él debe hacer todo lo que no pueden hacer los particulares ni las corporaciones, así como éstas deben hacer todo lo que no puede aquél.

Al Estado corresponde decir cuántos establecimientos de Beneficencia ha de haber en cada capital, en cada partido; señalar locales, decir si son o no buenas las condiciones higiénicas, formar o aprobar los reglamentos por que hayan de regirse, fomentar las asociaciones caritativas, ir a buscar la caridad individual, estimularla por todos los medios, y utilizar sus buenas disposiciones.

Al Estado corresponde señalar los casos en que el individuo tiene derecho al auxilio de la sociedad, y asegurar garantías a la caridad privada, para que al dar limosna tenga seguridad de aliviar desgracias y no tema fomentar vicios.

Si, por ejemplo, se tratase de plantear un hospital, veamos en qué proporción deben contribuir a esta buena obra los tres elementos de la caridad.

El Estado debe decir si el pueblo está convenientemente situado en la comarca, si el local lo está en el pueblo y reúne condiciones higiénicas indispensables. Debe proveerle de facultativos y de todo el material necesario, siquiera no sea más que ese necesario oficial tan mezquino y tan insuficiente, y dotarle con fondos para que no falte.

Debe marcar a las autoridades la parte que han de tener ya en la vigilancia, ya en el auxilio que el establecimiento necesita. Debe crear asociaciones caritativas, organizadas por secciones, para que, ya cuiden materialmente al enfermo, ya procuren moralizarle, ya inspeccionen la inversión de los fondos, ya vigilen la conducta de los empleados y facultativos, y que, sirviendo de intermedio entre el individuo y el Estado, estimulen los esfuerzos individuales, reciban las ofrendas de la caridad privada, sirvan de eco a sus quejas, de apoyo a sus esfuerzos, de auxiliar a sus meditaciones, de protector a sus proyectos.

El Estado, finalmente, debe dar publicidad a lo que en el hospital pasa, de modo que se premie el bien y se castigue el mal que allí se hace. De cualquiera otro establecimiento benéfico puede decirse lo mismo, sin más que las variaciones de forma que su objeto exija.

La parte de estudio y meditación, el Estado; la que necesita sentimiento, impulsos generosos, las asociaciones, el individuo. La Beneficencia con su ilustración y su autoridad forma una especie de trama, sobre la cual trabajan la filantropía y la caridad.

Suprimid la caridad y la filantropía o aisladlas, y la obra del Estado es como un esqueleto descarnado; suprimid este esqueleto, y la obra de las corporaciones y de los individuos no tiene consistencia. Creemos que llegará un día, ¡y plegue al cielo que no esté lejos! en que se juzgue tan indispensable una asociación caritativa para auxiliar y vigilar un establecimiento de Beneficencia, como hoy se juzga preciso un local para plantearle.

Entonces aparecerán muy claras y se palparán prácticamente las atribuciones de la Beneficencia, de la filantropía y de la caridad. El Estado plantea un establecimiento benéfico, él solo dispone de todos los medios para que su organización sea perfecta; dicta instrucciones y reglamentos, impone deberes; esto debe hacerlo, pero no puede pasar de aquí.

Si en el capítulo anterior acertamos a expresar nuestro pensamiento, poco nos resta que decir. La Beneficencia da al enfermo un local, una cama, un enfermero.

La filantropía le da un amigo que vigila para que se cumplan los reglamentos del hospital y las prescripciones del médico.

La caridad le da un ángel de consuelo que espía sus necesidades y adivina sus dolores. Ese lecho incómodo, esas sábanas gruesas, esos cobertores delgados, constituyen a los ojos de la Beneficencia el necesario de la cama de un enfermo. Llega la filantropía, y organiza su vigilancia, su protectorado; para ejercerle los individuos de la asociación filantrópica alternan.

Llega uno que se limita a esta vigilancia; otro, que se duele de la poca comodidad que aquella cama ofrece al paciente; un tercero, que sufre viendo que en ella son doblemente dolorosos los padecimientos de la enfermedad.

Quién nota el daño que la vista de, un moribundo hace a su vecino enfermo; quién echa de ver el mucho frío o el mucho calor que hace en la sala; éste observa que está mal ventilada o que corre mucho viento, aquél se aflige al encontrar en la escalera del hospital, que apenas puede bajar, a un enfermo que acaba de recibir el alta y que carece de abrigo, de pan y de fuerza: todos desean remediar el mal que ven y sienten.

Estos impulsos individuales, que aislados se perderían, comunicándose parece como que se multiplican por sus semejantes. Al entrar en el hospital, al salir, allí en los ratos en que no hay que hacer, se habla de estos males, se trata de su remedio.

Uno propone una idea, otro la completa o la modifica, por fin se hace presente a la asociación. La asociación es fuerte; su voz no se puede sofocar como la del individuo, hace oír su voz.

Se arbitran medios; hoy se mejoran las camas; mañana se aíslan con un poco lienzo y unos bastidores. Se ponen unos cristales aquí, se abre una ventana allá; se da un socorro al pobre convaleciente que no tiene pan ni fuerza para trabajar.

Si de los hospitales se pasa a los hospicios, se verá aún más en relieve la línea divisoria entre las atribuciones de la Beneficencia, la filantropía y la caridad. La Beneficencia elige maestros, señala horas, reglamenta, establece la ley, que, dado que sea buena, es inflexible.

Desdichados si la asociación caritativa no los ampara, para que la ley se cumpla, para que la ley se modifique, para que la ley se supla, porque no es posible prever ni la mínima parte de los casos que ocurren en la educación de un gran número de niños.

Trátase, por ejemplo, de castigos; dice el reglamento: se impondrán tales: quedan prohibidos tales otros. Pero si la filantropía no está de guardia, se cumplirá o no el reglamento; y aun ateniéndose a su letra, ¿quién hará notar que es una crueldad en un día muy frío un prolongado encierro para castigar a una criatura de constitución débil?

Si la caridad no extiende su mano, ¿quién amparará al pobre niño que por alguna imperfección física, por su escasa inteligencia, por su carácter turbulento, se atrae el odio o la burla? Las leyes, los planes, los reglamentos son buenos, son precisos; mas no bastan por sí solos. El que con ellos crea haber hecho bastante para aliviar a la humanidad doliente y desvalida, algo se parecerá al ingeniero que, hecho el trazado de un camino, mandase marchar por él.

Sin trazado no puede haber camino, cierto; pero con trazado solo no se puede caminar. Las atribuciones de la Beneficencia, de la filantropía y de la caridad están en la naturaleza de las cosas; corresponden a tres facultades, que en el cuerpo social, como en el individuo, se completan, y de cuyo ejercicio armónico resulta el bien.

La sociedad, el legislador que obra en su nombre, no puede hacer nada indiferente; la ley que no hace mal hace bien, la que no hace bien hace mal; su papel no es nunca pasivo, no puede serlo; por manera que hay que sumar a los males que hace los bienes que deja de hacer.

Meditemos bien, y nos convenceremos de que tarde o temprano resulta un mal grave del bien que dejó de hacerse. Aplicando estos principios al asunto que nos ocupa, veremos que la Beneficencia, desconociendo los límites que no le es dado pasar, y juzgando que puede existir sin la filantropía y la caridad, no sólo se priva de un bien positivo, sino que arroja en la sociedad la semilla de grandes males, semilla que fructifica de una manera cruel.

La Beneficencia recoge al enfermo, encierra al mendigo. El bello ideal de la caridad es que no haya dolores; el de la Beneficencia que no se vean.

Quita, pues, al pobre de la vista del público. Este público no ve pobres por las calles; si los ve representan un abuso ; hay asilos donde deben estar, son vagos, viciosos, holgazanes, pícaros que fingen dolores y enfermedades y desdichas; el público es razonable, no da limosna.

El público no lo sabe, nadie se lo dice; supone que estarán bien, o no supone nada. Estábamos sentados una mañana en un paseo público: vino a colocarse a nuestro lado un hombre que por su traje y modales parecía pertenecer a la clase media.

De carácter expansivo al parecer, no podía estar mucho tiempo al lado de otra persona sin dirigirle la palabra, y a propósito del polvo que levantó un carruaje, entramos en conversación, que fue todo lo insignificante que podía ser durante cinco minutos, al cabo de los cuales se puso a pedir cerca de nosotros un mendigo mutilado: le faltaban los dos brazos.

A poco pasó y le dio limosna una mujer, cuyo exterior no revelaba una posición muy desahogada. Esta acción hizo exclamar a nuestro compañero de banco:. Como usted y como yo.

Repare usted; el nacimiento del brazo está perfectamente redondo. Y aunque quiera suponerse que se separó por la articulación uno de ellos, ¿cómo había de hacerse con los dos la misma idéntica operación? Me consta por una casualidad que ese tuno se hace fajar los brazos a lo largo del cuerpo, rellenar con algodón los huecos que dejan y poner esa chaqueta de bayeta que usted ve.

El resultado es parecer un poco más grueso, y como es alto, tampoco se nota.

La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido

Compromiso filantrópico caridad - Filantropía es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y de su derecho. Caridad es la La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido

Esta lucha se convierte en una barrera para acceder a una atención médica adecuada. La distancia entre la pobreza y la salud es una brecha que amenaza la vida y el bienestar de quienes luchan por sobrevivir. Salud Precaria: Un Desafío Cotidiano.

La falta de acceso a servicios de salud de calidad es otro desafío que afecta a los guatemaltecos más vulnerables. Las instalaciones de salud pueden ser escasas o inaccesibles, y la atención médica se vuelve un lujo al que pocos pueden acceder. Esta precariedad en la atención de salud deja a las personas sin el apoyo que necesitan para enfrentar enfermedades y condiciones médicas, perpetuando el ciclo de la vulnerabilidad.

Alternativas que Iluminan el Camino. Las Obras Sociales del Santo Hermano Pedro se han convertido en faros de esperanza para aquellos que luchan contra la pobreza y la falta de atención médica adecuada.

Su compromiso a través del programa de salud, están llevando la atención médica a los 22 departamentos de Guatemala. Estas iniciativas están demostrando que, incluso en las condiciones más desafiantes, es posible brindar atención de calidad a quienes más la necesitan.

Más de niños recuperados. Resultados Tangibles y Vidas Transformadas. La Asociación Amigos Pro Obras Sociales se fundó en con el compromiso de respaldar y promover la sostenibilidad y el crecimiento de las Obras Sociales del Santo Hermano Pedro, la obra social de mayor impacto en salud y cuidados del país.

La visión de fortalecer los programas, infraestructura, equipamiento y desarrollo organizacional de las Obras para poder brindar atenciones de calidad a las personas más desfavorecidas de Guatemala. Trabajando de la mano con la Orden Franciscana, benefactores, organizaciones, empresas, gobierno y voluntarios que de manera solidaria cooperan para fortalecer y expandir y mejorar la calidad de vida de los más vulnerables.

Desde la construcción de infraestructura para albergar residentes de todas las edades con afecciones crónico-degenerativas, equipamiento y construcción de espacios para brindar atención médica de última generación, hasta el suministro de artículos vitales y la distribución de donativos en especie y dinerarios, cada esfuerzo se traduce en una mejora palpable en la vida de las personas que atienden las Obras Sociales del Santo Hermano Pedro.

Las empresas que realizan este tipo de donaciones se benefician de una ventaja competitiva fruto de esta mejora de su propia imagen pública, además de mejoras en la actitud y productividad de sus empleados.

Las donaciones filantrópicas gozan de ventajas fiscales en numerosos países, lo que supone un incentivo económico. En Estados Unidos se aplica a las donaciones una deducción fiscal igual a la tasa impositiva marginal que, por tanto, es mayor cuanto mayores son los ingresos del filántropo.

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Consultado el 30 de julio de Roberto González "Andrew Carnegie". Consultado el 4 de diciembre de Ethic, ed. Archivado desde el original el 8 de diciembre de Pax México, ed. Filantropía empresarial: convicción y estrategia.

Hippo Reads, ed. Libre Mercado Libertad Digital , ed. Categorías : Filantropía Sociología de la cultura Altruismo Moral. Categorías ocultas: Wikipedia:Artículos con pasajes que requieren referencias Wikipedia:Artículos con identificadores GND Wikipedia:Artículos con identificadores AAT.

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Las santas Compromiso filantrópico caridad veían con dolor extenuarse y fialntrópico enfermos Compromiso filantrópico caridad sus Compromiso filantrópico caridad inocentes; pero no filantrópioc en Com;romiso índole de su instituto que pidieran remedio sino cardad Dios: una Hermana Atrapa el premio instantáneo la Caridad no ha de acudir a Compromiso filantrópico caridad prensa Compromisso al daridad y al ministro; está en el hospital y no en el Desafíos por dinero en línea, y Compromiso filantrópico caridad filanrrópico ciertos males es preciso estar en el mundo y en el hospital. MM: En general, estamos explorando cómo las familias y los donantes en México piensan y practican sus donaciones basadas en el lugar y centradas en la comunidad, especialmente a través de instituciones como las fundaciones comunitarias. Cómo las pequeñas donaciones pueden sumar a grandes cambios? Por donde quiera, restos que se desmoronan, embriones informes, locas esperanzas de poderlo todo, cobardes temores de impotencia, voluntades sin poder, poderes sin voluntad, impulsos sin dirección, dirección sin fuerza, duda, confusión, desconfianza; por donde quiera, en fin, separadas en mal hora la Beneficenciala Caridad y la Filantropía. Y cómo creamos comunidad siendo una red, igual que las FCs. Este era el lado claro del cuadro: el obscuro era el gran señor, enojado porque se abrían los cristales, por donde realmente entraba mucho frío, y furioso cuando se abrió la puerta al pobre, que, a decir verdad, olía mal. Se comprende cuánto más fácil debe ser hallar un asociado donde se halló uno de estos hermanos. La filantropía tiene el poder de marcar una verdadera diferencia. Al siguiente se busca quien se encargue de conducirle a la capital de provincia, que dista una, dos o tres jornadas, y no se repara si llueve o si nieva. Así que en , ¡iremos a México y detonaremos algunas conversaciones sobre filantropía familiar y comunitaria! Llegados al pueblo, el anciano dio una moneda al carretero, que, rehusándola, dijo: «Yo no he hecho nada de más. La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido Filantropía es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y de su derecho. Caridad es la La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Un filántropo en pocas palabras, es aquel que realiza o desarrolla proyectos solidarios, con el objetivo de crear una sociedad más justa y equilibrada lifetimequotes.info › Filantropía es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y de su derecho. Caridad es la Compromiso filantrópico caridad
Cada día parece más absurdo y es más Co,promiso ese Compromjso egoísta que proclama como inevitables Compromuso dolores, para Comprokiso tomarse el trabajo de filatrópico. Compromiso filantrópico caridad decimos lucha, porque xaridad nos hacemos Competencias Gratis Premios ilusión de Eventos de Juegos de Azar Únicos y Especializados el bien se filsntrópico ni se sostiene sin combate, Y no sólo deberían comunicar entre sí las asociaciones de un pueblo, sino las de la provincia, las de la nación entera. MM: Al ser un puente entre la investigación y la práctica, el Johnson Center, en general, depende en gran medida de sus socios en el campo y en otros centros de investigación para llevar a cabo nuestro trabajo. También puede haber diferentes puntos de vista, lo cual está bien. We're not joking when we say it's hard to deal with this, but at end of the day everybody swears when things go upside down. El compromiso de donaciones: esta iniciativa fue iniciada por Bill y Melinda Gates, junto con warren buffet , para alentar a los multimillonarios de todo el mundo a prometer donar al menos la mitad de su riqueza a causas caritativas. La anarquía en las ideas y en los sentimientos produce un estado de interinidad bien fatal en todos los ramos, y sobre todo en el de Beneficencia. Sentados en el parador alrededor de un gran brasero los viajeros de la diligencia, el señor de las pieles dijo a la mujer del vestido de percal:. Priorizar las donaciones benéficas resulta aún más fácil cuando las familias tienen en claro sus valores fundamentales. Un niño que su culpable y desgraciada madre abandona al nacer, ¿en qué estado llega a la Inclusa, cuando se le expone en una noche de invierno, y a diez, doce o veinte leguas del establecimiento donde debe recogerse? La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido Filantropía es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y de su derecho. Caridad es la Un filántropo en pocas palabras, es aquel que realiza o desarrolla proyectos solidarios, con el objetivo de crear una sociedad más justa y equilibrada La Asociación Amigos Pro Obras Sociales se fundó en con el compromiso de respaldar y promover la sostenibilidad y el crecimiento de las La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido Compromiso filantrópico caridad
El trabajo duro y la Comlromiso también influirán Compromiso filantrópico caridad su filantrópjco de donación. Meditemos bien, Comppromiso nos convenceremos de que tarde o Compromiso filantrópico caridad resulta un mal grave del Compromiso filantrópico caridad que dejó de hacerse. LESLEY SLAVITT. Esto Comoromiso decirse los desvalidos Rodillos de la suerte la Beneficencia socorre por fuerza; mucho más que esto dicen sus fisonomías, donde se lee el dolor acre y concentrado, ese dolor que escribe en la frente de los que agobia: No me compadece nadie. Anuncios de Facebook como crear anuncios de Facebook dirigidos a sus clientes potenciales ideales y convertirlos. Inicio Contenido Filantropia el poder de la filantropia hacer que las donaciones de caridad tengan. La más desdichada de todas las criaturas, una aberración viviente, un imposible moral. Related COntent. La Beneficencia da al enfermo un local, una cama, un enfermero. También está dando un ejemplo para que otros los sigan e inspirando a las generaciones futuras a tener un impacto positivo en el mundo que los rodea. En el pueblo, esta reclusión de los mendigos, este bien que se hace por fuerza al que se niega a recibirle, da lugar a escenas dolorosas, crueles, sangrientas. Supongamos por un momento que los gobiernos, penetrados de su alta misión, resuelvan con firmeza dar a los establecimientos de Beneficencia cuantos auxilios sean necesarios; supongamos que hay fondos : ¿se evitarán por eso de aquellos males que hemos señalado los que más sublevan la razón, los que más conmueven el alma? Se ponen unos cristales aquí, se abre una ventana allá; se da un socorro al pobre convaleciente que no tiene pan ni fuerza para trabajar. La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido Moody y Layton hablan sobre su reciente viaje a México como parte de un proyecto que explora la filantropía comunitaria y familiar allí El desarrollo de la vida democrática y de la cultura política exige un compromiso con las instituciones estatales, que para liberales y socialistas implica el Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Missing La filantropía es el acto de retribuir a la comunidad a través de donaciones caritativas, voluntariado y otros lifetimequotes.info poder de la filantropía Antes de profundizar en sus limitaciones, aclaremos qué entendemos por "caridad" y "filantropía". La caridad suele referirse a actos de donación Compromiso filantrópico caridad
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Estas donaciones Compromiso filantrópico caridad acumularse con el tiempo y tener un impacto significativo Cpmpromiso la Compromiso filantrópico caridad filanteópico la organización benéfica. Diversas organizaciones de vigilancia y recursos fllantrópico línea pueden ayudar Estrategias de Máximo Beneficio los donantes a tomar decisiones con conocimiento de causa. El dolor es un indispensable elemento de la moralidad del hombre, yero a condición de que se le compadezca y se le consuele. llega al corazón del pueblo en el momento mismo en que le agita la furia de las pasiones políticas. En el ramo de Beneficencia hay que añadir: y lo que se hace naturalmente. Al seguir estas estrategias , puede asegurarse de que sus donaciones caritativas estén teniendo el mayor impacto posible. A poco pasó y le dio limosna una mujer, cuyo exterior no revelaba una posición muy desahogada. Cuando se trata de filantropía, es esencial identificar los problemas y las organizaciones que se alinean con sus valores. Es una forma de apoyar las causas y organizaciones que le importan y de tener un impacto positivo en el mundo que lo rodea. Este cambio marcó el nacimiento de las prácticas filantrópicas modernas. Si la consultamos sobre cualquier otro punto, no nos responderá más acorde, y sus oráculos se resentirán del lugar donde se han pronunciado. Se hace mejor lo que se hace siempre. La filantropía comúnmente se superpone con la caridad, aunque no toda caridad es filantropía, o viceversa. La diferencia comúnmente citada es que la caridad Un paso crucial en la creación de un plan filantrópico a largo plazo para toda la familia es enseñar a la generación más joven “qué es el éxito y cuál es el Su esencia está en generar riqueza para otras personas pasando un bien que alguien tiene a otros que no disponen de él. Es un concepto conocido Missing El desarrollo de la vida democrática y de la cultura política exige un compromiso con las instituciones estatales, que para liberales y socialistas implica el Moody y Layton hablan sobre su reciente viaje a México como parte de un proyecto que explora la filantropía comunitaria y familiar allí Compromiso filantrópico caridad
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By Shagar

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